A veces
puede ser un poco atemorizante, escribir sobre las cosas que amo.
Hablar de
los cuerpos, de mi propio cuerpo es escalofriante.
Descubrir
que mi cuerpo es un recipiente y jamás he viajado al
fondo de mis pupilas.
Querer y
fallar al rasgar mi cuerpo para intentar moldearlo con las mismas manos que crean
poemas.
Necesitar
verme en el espejo y ver: yo, sobre otro yo, sobre una rosa aplastada, sobre un
cuadro de Picasso.
Cometer el
error de comparar mi cuerpo abstracto, con cuerpos bellos pero frágiles, quebradizos, masticables.
Cavar una
tumba para medir el tamaño de mi cuerpo, para medir el tamaño de mi obsoleto
dolor a reproducir.
Bailar para
escuchar como mi cuerpo se cae a pedazos, como cuando un árbol cae y nadie está
alrededor para escuchar su muerte.
Sentir, que
siento un pegajoso rostro inmutable, deformarlo con sonrisas para crear 100
gestos para 100 cuerpos.
Sí, a veces
puede ser un poco reconfortante, escribir sobre las cosas que odio.